Estás haciendo tus maletas, embalando tu vida en cajas de cartón, cargando y descargando...
Y yo, a miles de kilómetros lloro por la mudanza, empiezo a extrañar esa casa, ese rincón de tu ciudad que por días fué mi hogar, se escapan lágrimas por la despedida inexistente.
Lloro por esa puerta que se abrió para mi, para nosotros, por primera vez hace ya un siglo.
Lloro por el primer olor, de velas apagadas y flores escondidas
Por el rincón donde aparqué mi maleta, por la mesa con la que casi tropiezo.
Lloro y vuelvo frente a esa cama donde me quitaste la ropa por primera vez. Bajo la luz de ese cuarto en un primero, tu boca se enfrentó a la mia, tus manos descubrieron mi espalda y las mías enredaron tu pelo.
Fué ahí donde descubrí lo excitantemente mágico que es ese momento, ese instante fugaz en el que te das cuenta que, tras esa caricia vendrá la siguiente, y solo un segundo después estaremos amándonos, tu cuerpo será mío -el mío siempre fué tuyo- Tú y yo, como nunca antes, solo contigo.
Recorrí descalza kilómetros por ese suelo de madera, perfumé de café las paredes y el aire, canté contigo y bailé a solas, te leí historias y soñé cuentos de hadas, peleamos y nos reconciliamos con besos, volvimos a ser niños y envejecimos juntos....
Quisiera pedirte que no lo hagas, que no eches la llave aún, que esperes a que vaya a despedirme, que no cierres esa puerta que tantas veces nos dejó desaparecer del mundo para encontrarnos,
Nunca Jamás...
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